sábado, 24 de octubre de 2015

La Cuestión del Rosellón (II)

Temed más las lisonjas de los franceses que las fanfarronadas de los españoles
Advertencia a los catalanes de la Condesa de Cardona, recogida por Jean Villanove en "Histoire Populaire des Catalans". 


Esta entrada es continuación de La Cuestión del Rosellón (I)

La rebelión y consiguiente cambio de chaqueta de Cataluña en plena Guerra de los Treinta Años tuvo efectos inmediatos y desastrosos para la Corona española. En medio de las dificultades arrastradas por un conflicto tan largo, su situación de extrema debilidad resulta ya evidente para todos. En el exterior los enemigos redoblan sus ataques. En el interior se suceden las conspiraciones y los levantamientos: Andalucía,  Nápoles, Sicilia, Aragón... y sobre todo Portugal. Naturalmente, a Francia todo ello le viene de perlas. Su causa recibe un aldabonazo increíble. Ya casi tiene la partida ganada. El agente del Cardenal Richelieu en Cataluña, Du Plessis-Besançon, se muestra exultante:
Se puede decir sin exageración, que las consecuencias de este acontecimiento (la revuelta catalana) fueron tales que (aparte la revuelta de Portugal, cuya pérdida fue tan perjudicial, no sólo a la reputación de España, sino a toda la estructura de su monarquía... y que nunca se habría producido sin el ejemplo de Cataluña), nuestros asuntos que en Flandes no iban nada bien y peor aún en el Piamonte, súbitamente empezaron a prosperar por todas partes, incluso en Alemania, pues las fuerzas de nuestros enemigos, contenidas dentro de su país, quedaban reducidas a debilidad en todos los demás teatros de la guerra. 
Más claro, agua. Pese a todo, la guerra aun se alargará bastantes años, durante los cuales buena parte de Cataluña será ocupada por tropas francesas. Los campesinos catalanes tendrán ocasión de comprobar que estas en absoluto se comportaban mejor  que las castellanas e italianas de los tercios. El catalán pro-francés José Margarit le confiesa  al Cardenal Mazarino (1.602-1.661), sucesor de Richelieu:
Nuestras tropas viven muy peor que si fuesen de turcos, no respetando el mismo Dios Sacramentado en las iglesias...¡Cuando menos respetarán los bienes terrenos!
Los canónigos de la Seo de Urgel, que tanto habían destacado pocos años antes por su simpatía hacia Francia y su animadversión a los castellanos escribían ahora un memorial a París denunciando las brutalidades de los soldados franceses:
no perdonan a las iglesias ni a los edificios sagrados, y así sólo diré que la rabia llega hasta quitar los ojos y cortar las orejas a los paisanos; la codicia, a echar los hijos en el fuego delante de los padres para sacarles el dinero; la luxuria, a pretender una donzella para cada día; la herejía, a prohibir que vayan a missa y a tirar en competencia nieve a la cara llevando el viático a los enfermos; y todo sin algún castigo. 
El ejército español consigue penosamente reconquistar Lérida en 1.644. Allí se presenta Felipe IV y promete mantener los fueros y privilegios de Cataluña. En 1.651 logra sitiar Barcelona, que se rendirá al año siguiente. Las tropas francesas se retiran de la Ciudad Condal, pero siguen ocupando la zona norte de Cataluña, donde se fortifican y desde donde lanzan duros contraataques. 

Luis XIV. Derrotó a los Habsburgo y es considerado uno de los forjadores de la "Grandeur" francesa. Hay que señalar no obstante que el cambio de bando de Cataluña le facilitó mucho la tarea.

El estado de España era deplorable. Portugal se había separado definitivamente. Castilla estaba más arruinada que nunca. Los reveses en Flandes se suceden. Los Habsburgo austriacos abandonan a sus parientes españoles y firman por separado la paz con Francia. En 1.658 un  ejército francés reforzado con 6.000 soldados ingleses inflinge una dura derrota a los españoles en las Dunas. Ya no hay nada que hacer. Es imprescindible solicitar la paz.

Y Francia, naturalmente, impone sus condiciones. Quiere Metz, Toul, Verdún... y los condados norpirenaicos. Está dispuesta a devolver parte del territorio catalán que aún mantiene en su poder (Rosas, la Seo de Urgell, Olot, Camprodón, Ripoll, Puigcerdá, Cadaqués...) pero en ningún caso el Rosellón. El fallecido Cardenal Richelieu lo expresó claramente "No hay que pensar en devolver la Lorena...Perpiñan y el Rosellón".  Y el Cardenal Mazarino no se movió ni un ápice de esa línea: "El Rey no puede nunca, pase lo que pase, admitir la restitución del Rosellón"

Todavía habría más guerras entre los dos países durante los siguientes siglos, y en alguna ocasión se intentó seriamente su reconquista. Se dice que incluso Franco planteó este asunto a Hitler durante la famosa entrevista que mantuvieron en Hendaya. Pero lo cierto es que las fronteras quedarían así fijadas finalmente, para cólera de los modernos nacionalistas catalanes. Víctor Balaguer, uno de sus predecesores, ya clamaba a finales del siglo XIX:
Muy al contrario: los catalanes recibieron con sentimiento y desagrado la condición impuesta para las paces de ceder á Francia el Rosellón y el Conflent. No podían avenirse á ver desgajarse estas ricas joyas de la corona condal de Barcelona. ¿Era así, tan fácilmente, por medio de un tratado hecho por astutos diplomáticos en la quietud de un gabinete, como debíamos perder esas bellas comarcas, teatro de nuestras antiguas glorias, conquistadas por nuestros padres á costa de tanta sangre y sacrificios? ¿Era así como Cataluña había de ceder la patria del que fue su primer conde soberano? Lo cierto es que, con ceder el Rosellón, se faltó al compromiso solemne de pactos sagrados; y es que el rey de España no podía vender, ni enajenar, ni ceder aquel territorio. 
Este último argumento nos parece ciertamente notable por su interesado infantilismo. Como si en alguna guerra a lo largo de la Historia los vencedores, en este caso Francia, se hubieran abstenido de cobrarse los réditos de su victoria en consideración a que las leyes, pactos o costumbres de los vencidos dijesen esto o aquello. En todo caso, ni que decir tiene que si la Generalitat  no hubiese allanado el camino a los ejércitos franceses pasándose a su bando en medio de la guerra, quizá otras condiciones de paz hubiesen sido posibles.

Naturalmente, para la historiografía catalanista no supone ningún problema buscar culpables para esta (o cualquier otra) desgracia: Castilla y el gobierno central. Según otra retorcida teoría catalanista, la causa de la pérdida del Rosellón no habría sido la derrota de la Corona española tras una larga y agotadora guerra, sino que simplemente los negociadores españoles eran tontitos,  no conocían el terreno y se dejaron engatusar por la diplomacia de Mazarino a la hora de fijar los nuevos límites. Lo que sigue se puede leer en Culturcat -portal de internet de la Generalitat de Cataluña- en el apartado sobre  el "Tratado de los Pirineos". En este, entre otras cuestiones,  se estipulaban los territorios que España debía ceder a Francia en Flandes, Luxemburgo, y la frontera franco-española:
Luis XIV supo escoger unos negociadores más hábiles y con un conocimiento real del territorio catalán, entre ellos Pierre de la Marca y Plessis de Besançon, conocedores directos de Cataluña durante el periodo de la guerra de los Segadores. Los representantes de Felipe IV, capitaneados por Luis de Haro, en cambio no tenían un conocimiento efectivo del territorio que trataban. Los plenipotenciarios franceses supieron sacar ventaja del desconocimiento de los españoles que, por otro lado, pese a ser conscientes de que cedían un trozo importante de Cataluña, no consiguieron llevar a cabo una buena negociación. (1)
Se hace responsable a Castilla, en este caso personalizada en el vallisoletano Luis de Haro (1.598-1.661), sucesor del Conde duque, y se ocultan dos hechos evidentes. Primero, que en la delegación española también estuvieron presentes diplomáticos catalanes, como Miquel de Salvá de Vallgonera, marqués de Vilanant y Josep Romeu de Ferrer. Segundo, y todavía más importante, que por muy hábiles que sean los representantes y por mucho que se empeñen, nunca  una guerra desastrosa puede acarrear un buen tratado de paz.

Encuentro en la Isla de los Faisanes entre Felipe IV de España y Luis XIV de Francia. El Tratado de los Pirineos constató el declive de España y el ascenso de Francia como principal potencia Europea.

Recapitulando, y para aclarar de una vez el asunto. ¿A quién cabría achacar la conquista francesa del Rosellón? ¿A Castilla, que envió miles y miles de soldados e ingentes cantidades de dinero para defenderlo, aun siendo territorio ajeno? ¿O  a aquellos que considerándolo propio se  mostraron  tibios en su defensa,  cicateros a la hora de aportar recursos para ello, y de remate se pasaron al enemigo en plena contienda? La respuesta, creemos, cae por su propio peso.

Enseguida  Luis XIV, contraviniendo lo pactado y a diferencia de Felipe IV, se apresuró a hacer tabla rasa de los privilegios y usos tradicionales en el Rosellón, procediendo a una decidida política de asimilación. No tuvo inconveniente incluso en declarar nulos todos los procedimientos y actos públicos que no estuvieran escritos en francés, explicando, eso sí, que:
El uso del catalán repugna y es de alguna manera contrario a nuestra autoridad y al honor de la nación francesa. 
Ahí es nada. Se cumplía puntualmente la advertencia de la condesa de Cardona, que encabeza nuestra  entrada.

(1) Página visitada el 24/10/2015.