miércoles, 30 de septiembre de 2015

La Cuestión del Rosellón (I)


Cataluña llorará con lágrimas de sangre lo que celebra hoy con gritos de alegría
Miguel Parets (1.610-1.661), cronista catalán en referencia a los festejos con los que celebraron los barceloneses sublevados contra la monarquía española la noticia de la conquista de Perpiñán por el ejército francés.

El Rosellón (Rosselló en catalán, Roussillon en francés) es una pequeña región del sureste de Francia, al norte de los Pirineos y fronteriza con Cataluña. Incluye el antiguo condado del mismo nombre y una parte del de la Cerdaña. Desde el nacionalismo catalán se prefiere llamar a ese territorio Catalunya Nord. En la actualidad conforma la mayor parte del departamento francés de Pyrénées-Orientales, cuya capital y ciudad más importante es Perpiñán.

Durante la Edad Media,  igual que Cataluña, primero formó parte del Imperio Carolingio y después del reino de Francia. Entró pronto bajo la órbita del conde de Barcelona y cuando en 1.258 mediante el tratado de Corbeil el monarca francés renunciaba definitivamente a sus derechos sobre los condados catalanes, entre estos  se incluyó también el Rosellón. Parecía pues que la cuestión quedaba zanjada.

Desgraciadamente, Francia no terminó nunca de aceptar la pérdida del condado. Los sucesivos gobiernos de París, igual monárquicos que republicanos, han venido considerando desde tiempo inmemorial, y con admirable persistencia,  que las fronteras naturales de su país estaban conformadas por el Rin, los Alpes y los Pirineos, los límites de la antigua Galia. Y allí deberían volverse a situar en cuanto la potencia de su ejército lo permitiera.

Situación del departamento de los Pirineos Orientales. Durante los siglos XVI y XVII el Rosellón fue defendido una y otra vez de los ataques franceses con tropas y dineros provenientes de Castilla.

Tal era el caso a finales de la Edad Media. Terminada victoriosamente la Guerra de los Cien Años con la expulsión de los ingleses, Francia, tradicionalmente el reino más rico y poblado de Europa, estaba también más unido y mejor organizado de lo que lo había estado en siglos. En 1.462 el rey aragonés Juan II, en medio de la contienda civil entre sus partidarios y los de la Generalidad, ya se vio obligado a ceder el Rosellón y la Cerdaña a Luis XI. Y en poder de Francia permanecerían hasta que su hijo Fernando el Católico logró recuperarlos en 1.493 mediante el Tratado de Barcelona. 

Sin duda, la clara conciencia de la fortaleza del rival norteño y la falta de recursos de la Corona de Aragón para contrarrestarla, representaron un importante papel en la insistencia de Juan II en conseguir la alianza de Castilla mediante la boda de su hijo Fernando y la princesa Isabel. De hecho, las hostilidades en los Pirineos con los franceses  no tardarían en comenzar. Ya en 1.502 estos invadieron el Rosellón. Tuvieron que retirarse al año siguiente ante el contraataque de un ejército comandado por el propio rey Católico y compuesto de 10.000 catalanes y ... 18.000 castellanos. El escritor catalán Javier Barraycoa reconoce que:
El "egoísmo" castellano brilló por su ausencia y, como pasaría más de una vez en la historia, los castellanos salvaron el Rosellón para Cataluña.
Efectivamente, para desgracia de Castilla, que había sido tradicional aliada de Francia, daban comienzo dos siglos de continuas guerras entre las dos coronas que, una y otra vez, chocaban en el Rosellón. Dos siglos en los que las tropas y dineros castellanos fueron imprescindibles para equilibrar las contiendas.

Más todavía si tenemos en cuenta que los soldados catalanes, por decirlo suavemente,  en ocasiones no demostraban estar a la altura.  Y eso a pesar de que peleaban por su propio territorio. Tal era el parecer del Gran Duque de Alba, encargado en 1.543 de contrarrestar la enésima ofensiva francesa. Se dirigía al emperador Carlos informándole de la situación,  y en lo referente a la calidad de las tropas locales, lo hacía en los siguientes y elocuentes términos:
Aca he visto alguna parte de la gente que se haze en Cataluña, y vengo descontento della que no lo oso decir a V. Mgd. Supplico mande que se de grandissima prisa en el venir de la gente de Castilla y de las otras partes donde se haze.
Había constatado con horror que se empezaban a producir cuantiosas deserciones entre los reclutas. Y recomendaba al rey que de los soldados catalanes no se haga V. Mt.  ningún fundamento y es que estos catalanes los que hombre tiene a la noche le faltan a la mañana. Solicitaba pues el envío urgente de 3.000 soldados castellanos para la defensa de Perpiñán y 8.000 más si tenían que ocuparse de toda la zona.

De este modo fueron pasando los años y las guerras, y nos metemos en el siglo XVII con una Castilla cada vez más debilitada, más arruinada, más despoblada. Una Castilla que ya no podía hacerlo todo por todos, que simplemente no daba más de sí. Fue entonces cuando el Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV solicitó al resto de reinos hispanos su colaboración para aportar los soldados y dineros que Castilla ya era incapaz de suministrar en solitario. No hubo manera. La Generalitat  se enroca en negativas y dilaciones, y la tensión entre Cataluña y la Monarquía se dispara. 

El Cardenal Richeliu,  astutamente, huele la debilidad hispana y vuelve a lanzar al ejército francés sobre el Rosellón. El 19 de julio cayó la fortaleza de Salses. Y para colmo se repiten las deserciones masivas. De los 12.000 reclutas que se había comprometido a pagar la Generalitat, un recuento en Perpiñán en el mes de agosto reveló que no había más que 6.654. El 19 de septiembre se produjo el primer enfrentamiento con los franceses. Tres días después se hizo otro recuento. Ya solo quedaban 3.100 soldados catalanes en el campamento. A este ritmo pronto no quedaría ninguno, y el Capitán General marqués de los Balbases escribe a la Corte tan compungido como su predecesor el duque de Alba  un siglo antes:
Es lo peor, señor, que los que hay no sabemos qué hacernos con ellos, porque no quieren obedecer, ni trabajar, ni alojarse donde el cañón les puede alcanzar...El país [por Cataluña] o no puede o no tiene disposición de asistir, que no sé como lo diga V. E. que se nos huyen muchos
La desbandada resultaba tan evidente que incluso el escritor Gaspar Sala i Beralt (1.605-1.670),  no tuvo mas remedio que reconocerla en su "Proclamación Católica a la Magestad Piadosa de Felipe IV". Eso sí, como buen propagandista catalán, se volcó en justificarla. Su insólita excusa era que los reclutas catalanes en realidad no desertaban sino que... se marchaban a comer. Tal cual.
Faltaron algunos, pero no huyeron: cansados y perdidos del trabajo pasado, se partieron para buscar que comer, con harto peligro de su vida, porque los podía ofender el Castillo. A esta diligencia necesaria dieron nombre de huyda [...] Y como los catalanes eran los que más auian padecido, no es mucho que faltasen más que de los otros Tercios.  
Felipe IV tiene que enviar refuerzos con urgencia al ejército que defiende el Principado. Pero al mismo tiempo carece de los medios económicos suficientes para mantenerlo. Los soldados están pues pésimamente pagados y abastecidos, y por tanto son proclives a la indisciplina y los abusos. El consiguiente malestar de los campesinos se traduce en quejas,  altercados y peticiones de que las tropas salgan de territorio catalán.    

Pau Claris. Clérigo y presidente de la Generalitat en 1.640, declaró a Cataluña república independiente. Tan solo una semana después la puso bajo la protección y soberanía de Francia.

Angel Puertas en su fenomenal libro "Cataluña Vista por un Madrileño" resume algunas realidades sobre las que la historiografía catalanista prefiere pasar de puntillas cuando aborda este asunto, para centrarse (como siempre) en culpabilizar de todo a los castellanos.
La guerra de 1.640 se describe como una sublevación campesina contra las tropelías de las tropas castellanas, omitiendo que las tropas eran mixtas (castellanas e italianas, entiendo por Castilla toda la España Occidental). Se omite que las tropas eran costeadas por unos exhaustos castellanos para defender el territorio catalán de los ataques franceses; mientras, las Cortes de Cataluña no votaban al rey los tributos suficientes para defender la frontera. Es decir, la España Occidental o Castilla se desangraba en impuestos y hombres para proteger Perpiñán, Salses o Gerona.
El hombre fuerte del gobierno de Felipe IV  era el Conde Duque de Olivares (1.587-1.645), político inteligente y muy trabajador. Las circunstancias extremadamente adversas que le tocó capear hicieron que sus ambiciosas intenciones de modernizar y fortalecer el Estado de los Habsburgo fracasaran estrepitosamente. Tuvo que conformarse con pasar a la Historia como  una de las bestias negras recurrentes del catalanismo. Algo es algo. Tampoco él daba crédito ante la actitud que mantenían las autoridades catalanas en un momento de semejante gravedad:
Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella... Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle el tiempo que no se puede campear, no le ha de alojar la provincia...Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje, cuando se trata de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia
El 7 de junio de 1.640 algunos campesinos rebeldes entran en Barcelona junto con los segadores que esperaban ser contratados para recoger la cosecha. Estalla la rebelión en la ciudad. Los funcionarios reales son asesinados, y se desencadena una infame matanza de castellanos. El propio virrey, el catalán Dalmau de Queralt, es linchado en una playa cuando trataba de huir por mar. 

Poco después, Pau Claris (1.586-1.641) al frente de la Generalitat proclama la república  independiente. Pero en realidad era una proclamación de mentirijillas. Una semana después reconoce a Luis XVI como conde de Barcelona. Cataluña pasa a depender de Francia y acepta sufragar a su ejército y cederle una parte de la administración... precisamente lo mismo que negaba una y otra vez al Conde duque. 

En 1.642 el ejército galo tomó por fin Perpiñán a las tropas españolas que aún resistían allí. En París se celebró la noticia con un Te Deum. En Barcelona con fuegos artificiales y diversos festejos. De haber sabido que el Rosellón ya nunca dejaría de ser territorio francés, quizá se hubieran tirado menos petardos.

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