martes, 23 de junio de 2015

Castellanofobia: ¡Cu-Cut!


- ¿Es usted castellano, y perdóneme [por sugerirlo]?
- No señor, no lo soy. ¡Ni ganas!
¡Cu-Cut!, nº 67, 8 de abril de 1.903

¡Cu-Cut! fue un semanario satírico barcelonés publicado entre 1.902 y 1.912. Estaba en la órbita de la Lliga Regionalista, un partido catalanista y de derechas antecedente de la actual CiU, cuyos máximos responsables fueron Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. Su equivalente entre los diarios serios era la "Veu de Catalunya".

La línea política de ¡Cu-Cut! era pues la misma que la del nacionalismo catalán conservador, y los objetivos de sus chistes, caricaturas y burlas estaban perfectamente definidos: los políticos e instituciones españolas (especialmente sus representantes en Cataluña), los catalanes no nacionalistas (identificados con los seguidores del político progresista Alejandro Lerroux), el espeluznante Leviatán conocido en Cataluña como "Madrit" y  los castellanos en general. Contra todos ellos se despachó con notable eficacia y éxito de público la revista. 

Hay que precisar que no todo el mundo se tomó con filosofía sus venablos. En 1.905 tras la publicación de algunos chistes sobre el ejército, un grupo de indignados oficiales abandonaron sus cuarteles barceloneses y armados de garrotes asaltaron la sede de la revista, se llevaron parte del mobiliario e hicieron  con él una hoguera  en plena calle. Como cabía esperar, dicha tropelía provocó un movimiento de solidaridad y apoyo hacia ¡Cu-Cut!, que vio aumentar sensiblemente sus ventas y su repercusión.

Por contra, y como también cabía esperar, los continuos ataques y mofas hacia Castilla por parte del semanario no provocaron  ni reacción ni movimiento de solidaridad alguno. Fiel a su aquilatada costumbre de recibir bofetadas sin  levantar la voz, nuestra tierra asumió, una vez más, con resignación digna de mejor causa el papel de chivo expiatorio del nacionalismo periférico.

Pero, para algo estamos nosotros aquí, y vamos al menos a dejar modesta constancia de la castellanofobia destilada por la publicación durante sus diez años de vida. Aunque es difícil, por no decir imposible, encontrar un solo número de ¡Cu-Cut! que no incluya alguna puya o desprecio, hemos seleccionado unos pocos ejemplos. Como el de la portada que sigue. Una turba famélica de inmigrantes castellanos avanza furiosa. El texto lo explica todo: Los herederos de los invasores de 1.714. Un día los ejércitos de Castilla invadieron Cataluña para matar catalanes. Hoy la invaden para matar el hambre

 Nótense los colmillos y garras afiladas de los inmigrantes y su mirada enloquecida. El anticastellanismo más zafio, la demagogia más burda y la xenofobia más lamentable combinadas en una portada asquerosa.

Sobre la trayectoria anticastellana de la revista puede uno hacerse idea  ojeando los siguientes extractos del poema "Otro Golpe", publicado el 5 de julio de 1.906. Se protesta contra la construcción de un penal en Figueras y se propone sin más plantarlo en Castilla (se ve que aquí nunca ha habido ninguno) ya que al  estar más despoblada (a causa de la falta de agua y la vagancia de sus habitantes) los presos podrían estar "más aireados y cómodos". Jijí, jajá.

Otro golpe sobre nuestra cabeza, ha caído la negra baba  de estos políticos funestos que han emprendido la noble tarea de convertir esta tierra tan sufrida y maltratada, en el cuarto trastero de las provincias de España.
Otro golpe, los Romanones de esta pobrecita patria, han dado a Cataluña la centésima patada, llevando la carne de los presidios que mantienen allá en África a la ciudad de Figueras, la ciudad mas catalana.
Otro golpe, nuestra espalda ha recibido el palo de aquel poder que nos revienta, nos explota y molesta. Como si no hubiera mas tierras en Castilla y en la Mancha (tierras que nadie cultiva por falta de agua y de ganas). ¿Dónde iban a estar los presos más aireados y amplios?
¿Vienen ahora estos políticos a embadurnar una comarca donde no se ve ni un palmo de tierra que no tenga un golpe de azada y donde la tierra es siempre húmeda, dulcemente riscamorada, por el agua de los neveros y el sudor de los que trabajan?
¿No hay en España ninguna provincia, de esas tan miserables, a las cuales un presidio les daría savia nueva? Verían que es mas que inicuo mal enseñar a la gente sana, y darían el presidio a tierras abandonadas, de aquellas que allá en Castilla por desgracia no les faltan.
Eso de llevar un presidio a comarca catalana, es como si dijésemos, que la chica de la casa depositase la basura bajo la cama o en la sala.

Castilla se presenta para los lectores como  una tierra zote y gandul cuya única utilidad es acoger aquello que sea desagradable o peligroso. Idea que por lo visto sigue plenamente vigente hoy en día. Y si antes exigían que las cárceles se situasen aquí, hoy nos obsequian con cementerios nucleares. ¿Todo lo que nadie quiera? A Castilla. Tal parece ser el lema. Es normal que el poeta del ¡Cu-Cut! se indigne: ¿cómo se le puede ocurrir a alguien "poner la basura" en la preciosa Cataluña habiendo tanto sitio en la "miserable" Castilla?

Otro ejemplo de la misma línea victimista  puede observarse en el número 57 del 29 de enero de 1.953. En este caso la excusa para atizar a nuestra tierra es la oposición del periódico madrileño "El Imparcial" al proyecto  de implantación en Barcelona de un puerto franco, esto es, exento de impuestos. Consideraba este diario, con mucha razón, que supondría una ventaja competitiva para el  barcelonés en relación a otros puertos españoles e implicaría perjuicios y agravios comparativos  para las demás regiones del país. 
Efectivamente, la zona neutral es una gran ventaja para Cataluña, y aunque lesione los intereses de Castilla ¡cuántas y cuántas ventajas no disfruta aquella región que tiene la hegemonía del Estado, en detrimento del desarrollo de la nuestra!

¡No nos tendrían que hacer pocas concesiones para hacer las paces con Castilla!
Tras leer esta "amistosa" retahíla el sorprendido lector no puede dejar de preguntarse una cosa: ¿como es posible que la "hegemónica"  Castilla se encontrara en tan miserable y despoblado estado como el que con no poco recochineo se proclamaba en el poema anterior? Si de verdad hubiera disfrutado de "tantas y tantas ventajas" según pretende hacernos creer el articulito, debería ser el colmo de la riqueza y el lujo. Algo falla pues en el eterno sonsonete victimista del nacionalismo periférico. 

El gobierno, encabezado por Sagasta, es representado como una cuadrilla de toreros. En primer término versión lúgubre del escudo de Castilla coronado por una calavera con montera. Todo muy sutil, sí.

Nos equivocaríamos si pensásemos que los ataques a Castilla tienen que ver solo con aspectos políticos y económicos ¡Nada más lejos! Cualquier excusa es buena para que los redactores del ¡Cu-Cut! vomiten su castellanofobia. Incluso un par de inofensivos a la par que apetitosos huevos fritos pueden desatar la caja de los truenos anticastellanos. Vean si no con que desparpajo se desahoga contra nuestra tierra un presunto  marino,   colaborador de la revista. Firma con el seudónimo de "Marguerit" y afirma  haber viajado por medio mundo y comido todo tipo de viandas. Y luego sigue:
Entonces bien, y perdonen las alabanzas a la naturaleza y a la suerte; por cualquier sitio donde he plantado el pie, si ha habido un castellano, es decir un español no catalán, le he conocido enseguida ¿Por qué dirían? Por el primer plato del almuerzo.

El verdadero descendiente del Cid y de Quiñones, vaya donde vaya siempre come lo mismo. 

- ¡Huevos fritos!, y si tiene carpanta, ¡huevos fritos con jamón!

¡El plato de la pereza nacional! 

Lo tengo observado, no en casa, porque no tengo casa, pero sí en casa de  otros: la influencia castellana es dominadora. Se va el marido, el padre, el hermano; deja a las mujeres solas; entonces lo primero que se les ocurre comer son huevos fritos, sistema de gandulería doméstica.

Y eso es puramente castellano: a ningún castellano se le ocurre que para hacer el almuerzo, haya que pasarse tiempo en la cocina haciendo macarrones, arroz, raviolis, etc, etc... No, señores, se han de comer huevos fritos, el plato más gandul de la creación. La tortilla requiere mas trabajo; lo menos que requiere, es batir los huevos, y a los castellanos no les vengan con eso: los huevos fritos con o sin jamón, es un plato más rápido.

Por todo lugar del mundo donde vayan, conocerán enseguida al castellano, no solamente porque habla alto, o mejor dicho, grita para discutir, sino porque en una lengua u otra, demanda huevos fritos como primer plato para comer.

Y veis aquí retratado a un pueblo. El hombre que no tiene más ilusión que un plato hecho deprisa, el que representa menos trabajo y menos arte, que por cualquier lugar se cree que está en una  pensión o un hostal de Madrid, a quince duros, sin vino, que ha de soportar forzosamente a Sagasta y a Silvela, que en materia política no dan más que huevos fritos y aun con aceite, que es la esencia del castellanismo.

En la última Exposición de París, vi un agregado de la embajada de España, que en un restaurante del Campo de Marte, se empeñaba en comer huevos fritos con aceite. El cocinero del restaurante tuvo que salir de la cocina para decirle que allí no se servían porquerías...
¿Como se quedan? Uno no sabe ya si asombrarse más de la inquina contra Castilla que rezuma el autor,  de las estrambóticas hipótesis sociológicas que pergeña, o de sus  más que discutibles  gustos gastronómicos y nutricionales (¿¡preferir la manteca antes que el aceite?!). Permítasenos en cualquier caso, y  en nuestra doble condición de castellanos y fervientes degustadores de sabrosos huevos correctamente fritos en  buen aceite de oliva, sentirnos doblemente injuriados. 

Siendo sinceros, reconocemos que también es muy de nuestro agrado el típicamente catalán "pa amb tomaquet". Pero nunca hubiéramos creído que para frotar medio tomate sobre una rebanada de pan y añadirle un poco de aceite y de sal, fuera necesario pasarse toda una mañana en la cocina y poseer dos licenciaturas... o eso o es que a lo mejor la surrealista y rastrera teoría de ¡Cu-Cut!  simplemente no se sostiene.


jueves, 11 de junio de 2015

Castellanofobia: La Cueva Céltica


Pero el predominio absoluto del elemento étnico europeo y nórdico en la población gallega tenía para Murguía una significación capital: venía a representar para él la superioridad de la raza gallega por encima de todas las demás de la Península.
Vicente Risco. Manuel Murguía


La Cueva Céltica es el nombre que recibió una famosa tertulia coruñesa que se reunía a finales del siglo pasado en la librería de Uxio Carré Aldao. Sus componentes, pioneros del regionalismo gallego, tenían otra cosa en común: una notable celtofilia, atracción irrefrenable por la historia y la cultura de los antiguos celtas, a los que consideraban antepasados directos de los modernos gallegos. Por eso, aunque en un principio el nombre de la tertulia les fue asignado como un sarcasmo, los contertulios no tardaron en  adoptarlo. 

Ciertamente, para cuando la celtomanía llegó a la librería de Carré tenía ya tras de sí una larga trayectoria. En 1.765 el escritor escocés James Macpherson publicó "Los Trabajos de Ossian", una supuesta recopilación de poemas épicos de un bardo del siglo III. En realidad se trataba de un refrito de algunas viejas leyendas gaélicas que Macpherson había reformulado y adaptado al gusto moderno. Pese a que ya desde el primer momento surgieron serias dudas sobre la existencia de Ossian y la autenticidad de sus poemas, lo cierto es que el éxito fue apoteósico. No en vano sintonizaba  con el naciente  movimiento romántico, que se complacía en recrearse en todo lo antiguo, misterioso y sentimental. El arcaico mundo celta, del que en realidad bien poco se sabía, venía como anillo al dedo, pues se prestaba estupendamente a que cada cual rellenara todo lo que se desconocía con su propia imaginación.

Busto dedicado en La Coruña a Manuel Murguía, padre del regionalismo gallego y uno de los principales propagandistas del celtismo en aquella tierra.

El celtismo arraigó pues con fuerza en buena parte de  Europa occidental, y aunque su popularidad ha ido sufriendo altibajos según las modas y los países, y muchos de sus presupuestos han sido desechados por la moderna historiografía, sobrevive en nuestros días, por lo menos en ciertos lugares. Y sigue contando con defensores apasionados. En lo que respecta al asunto que abordamos aquí, creemos que basta con transcribir el siguiente clarificador texto  del reconocido historiador gallego Ramon Villares: 
La consideración de que la población antigua de Galicia y, más concretamente, la que habitaba los castros era de raza celta es una tradición que, después de haber sido hegemónica en la literatura y en la historiografía, sigue viva todavía hoy en la cultura popular. Este arraigo del celtismo tiene su origen en diversas fuentes literarias. En el texto de Rufo F. Avieno se alude a los saefes celtas que habrían desplazado a la pacífica población oestrymnia. Otros autores, como Mela, Estrabón o Plinio, sitúan constantemente a los celtici como ocupantes del noroeste de Iberia. Pero, además de estas referencias literarias, el celtismo consiguió tal fortuna historiográfica debido a que historiadores románticos, y más tarde poetas de inspiración épica como Pondal situaron a los celtas como principal mito fundador de la nacionalidad gallega. El ejemplo más destacado lo proporciona el historiador Manuel Murguía, quien, en su Historia de Galicia (1.865), considera a la raza celta como elemento central en la definición de la nación gallega, convirtiéndose así el celtismo y su dimensión racial aria en una fundamentación mítica antes que histórica de la identidad política de Galicia. Pero si este recurso al celtismo es legítimo y coherente en la obra de Murguía y en el contexto romántico en que aparece, no puede sostenerse en la actualidad esta exclusividad céltica de la población de los castros. De hecho, los testimonios arqueológicos e incluso lingüísticos de la presencia celta en Galicia son bastante débiles.  
Acerquémonos un poco más a la figura de los dos autores citados,  los más famosos integrantes de nuestra tertulia: el historiador Manuel Martínez Murguía (1.833-1.923) y el poeta Eduardo González-Pondal (1.835-1.917). 

Para el primero, personaje básico en el desarrollo del galleguismo, y marido de la famosa poetisa Rosalía de Castro,  no existe la menor duda de que Galicia es un pueblo de rancio abolengo celta:
El día en que las tribus célticas pusieron el pie en Galicia y se apoderaron del extenso territorio que componía la provincia gallega, a la cual dieron nombre, lengua, religión, costumbres, en una palabra, vida entera, ese día concluyó el poder de los hombres inferiores en nuestro país. Fuesen o no, fineses o gente más humilde todavía, de color amarillo, lengua monosilábica y vida intelectual rudimentaria, tuvieron que apartarse y desaparecer. (...) El celta es nuestro único, nuestro verdadero antepasado.
Pero lo malo no es que Murguía se empeñe en vincular galleguidad y celticidad. El problema es que utilice esa presunta celticidad como argumento racista para certificar la superioridad de un pueblo, el suyo, sobre los demás.  Veamos algunos ejemplos:
[El pueblo gallego] por el lenguaje, por la religión, por el arte por la raza está ligado estrechamente a la gran familia ariana. 
Así, no se podrá decir nunca que el estado primero en las razas inferiores es igual al de las superiores. Viven las primeras en un estado primitivo permanente, mientras las últimas apenas le conocen cuando ya se han desprendido de sus cadenas. Hay más.  El ario en sus comienzos es superior al negro en todo el esplendor de su civilización posible.
Y es que esta raza [la gallega], que por una serie de circunstancias forma en España el pueblo sensato y pacífico por excelencia, digno por su misma sensatez de mejor suerte, está destinado a servir, con su cordura y pacíficos instintos, de contrapeso a las exageraciones y locuras de otros pueblos y otras razas revueltas y levantiscas, que llenas de la sangre semita que circula por sus venas, parece que viven en la civilización a despecho suyo, y que solo ansían volver a sus desiertos, a la soledad de sus tiendas y a la vida de la tribu, que es la única que les cuadra, comprenden y practican.
Dejamos al lector la fácil tarea de identificar a esos incivilizados semitas ibéricos que solo sirven para vivir en tiendas de campaña con su tribu.  Llega Murguía a veces a extremos surrealistas en sus teorías raciales, como cuando proclama ser capaz de discernir el origen étnico de los campesinos simplemente mirándoles el rostro:
Una continuada serie de observaciones, nuestra residencia en Santiago, a cuyos mercados concurren campesinos de diversas comarcas, nos han dado la certidumbre de que en el país gallego pueden marcarse con toda certeza las localidades que colonizaron los romanos, con solo atender a los caracteres físicos de sus habitantes.
Semejante afirmación provocó la lógica rechifla del historiador gaditano Antonio Sánchez Moguel (1.847-1.913). Pero D. Manuel no reculó un ápice y  continuó en la misma lamentable línea. He aquí parte de su respuesta:
Un pueblo numeroso y superior, -por ser por entero céltico, (...) por ser más germanizado (aunque parezca a algunos absurdo), y por no haberse contaminado con la sangre semita, que tanto domina en las comarcas que ama y ensalza nuestro adversario, porque son suyas.   
Cambiamos ahora de tertuliano. Eduardo Pondal  nació en Ponteceso (La Coruña) en el seno de una rica familia que había hecho fortuna en América. Estudió medicina, y aunque llego a  ejercer durante algún tiempo como médico de la Armada, pronto abandonó la profesión para centrarse en la poesía. Es autor del poema "Os Pinos" que sería adoptado posteriormente como letra del himno de Galicia.

Eduardo Pondal. Según la fotografía mucho aspecto nórdico no puede decirse que tuviera, no.

Pondal asumió gustoso el celtismo de Murguía, que terminaría representando un importante papel en su obra, hasta el punto de interiorizar el papel de "bardo de la nación gallega", a semejanza de aquellos poetas ambulantes de la Europa antigua. Ciertos aspectos de su épica poesía resultaron sin embargo bastante polémicos.  Y en lo que nos afecta, alguna de sus composiciones solo puede ser considerada como radicalmente castellanófoba, alcanzando unos extraordinarios niveles de virulencia contra nuestro pueblo. Aquí  trascribiremos, sin añadir demasiado comentario puesto que creemos que hablan por si mismos, fragmentos del poema significativamente denominado "Da Raza". Como fácilmente se puede constatar, el criterio con el  que Pondal ubica a los diferentes pueblos en uno u otro lado de la raya entre Castilla y Galicia carece del más mínimo rigor histórico. Juzguen ustedes mismos:
Nosotros somos alanos
y celtas y suevos,
mas no castellanos,
nosotros somos gallegos.
Seréis íberos, seréis del demonio.
Nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.
Si son castellanos
si son de los íberos,
si son de los árabes
y moros, y eso
de su prosapia
los tiene contentos:
que sean quienes quieran
y  los lleven los demonios.
Nosotros somos del norte,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.
Podrán los cultos hijos
del suelo polvoriento y yermo,
alabar el ingenio
del hidalgo manchego.
Podrán alabar del manco
el estilo duro y seco,
como los frutos del espino,
de su lugar materno.
Nosotros somos de Camoens
los incultos gallegos.
Nosotros somos del Océano,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos. (..)
Si acaso presumen
de sus tierras duras
de sus duras estepas
de suelo polvoriento;
si beben la leche,
y comen los quesos
de cabra y camello:
que les aproveche,
que los lleven los demonios; (...)
Vosotros sois de los cíngaros,
de los rudos íberos,
de los vagos gitanos,
de la gente del infierno;
de los godos, de los moros
y árabes; que aún 
os lleven los demonios.
Nosotros somos de los galos,
nosotros somos de los suevos,
nosotros somos de los francos,
romanos y griegos.
Nosotros somos de los celtas,
nosotros somos gallegos.