sábado, 16 de mayo de 2015

¡Pocas Bromas con el Arancel Catalanista!


Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que haga uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Es preciso que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, por ejemplo, pero que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad. Con esta excepción, estas gentes son de fondo republicano y grandes admiradores del Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau. Dicen amar lo que es útil a todos y odiar la injusticia que beneficia a unos pocos, es decir, detestan los privilegios de la aristocracia que no tienen, pero quieren seguir disfrutando de los privilegios comerciales, que su turbulencia extrajo hace tiempo a la monarquía absoluta. Los catalanes son liberales como el poeta Alfieri, que era conde y detestaba a los reyes, pero consideraba sagrados los privilegios de la nobleza.
Stendhal. Memorias de un Turista.


Repasábamos en una entrada anterior la existencia a lo largo de la mayor parte de nuestra historia moderna de una política económica de corte proteccionista. Tal política fue descrita por Ángel Puertas, al que  aquí seguiremos, en "Cataluña Vista por un Madrileño" con estas palabras:
A los industriales, artesanos y obreros catalanes se les encogía el estómago ante la posibilidad de que se firmase un tratado de comercio con otra potencia que redujera los aranceles. Durante todo el siglo XIX el gobierno aplicó casi siempre una política prohibicionista (prohibición de importar manufacturas) o proteccionista (elevados aranceles a la importación). Los perjudicados con la política gubernamental eran los sectores agrícolas de exportación (que se encontraban, a la recíproca, con altos aranceles en los países extranjeros) y los consumidores (que pagaban caras manufacturas nacionales). 
¿Cómo pudieron mantenerse durante tanto tiempo semejantes medidas injustas e ineficientes? El mismo Ángel Puertas nos da una pista:
En realidad la industria fue hiperprotegida por el Estado ante la competencia extranjera; tantos mimos hundieron la confianza de los industriales catalanes en sus posibilidades de competir por sí mismos en el mercado español. El simple anuncio de retirada momentánea del pecho materno provocaba el llanto desgarrador. 
Efectivamente. Solo el rumor (luego no confirmado) de que se iba a llevar a cabo un tratado de comercio con Gran Bretaña, provocó altercados y revueltas en Barcelona. Fue entonces, el 3 de diciembre de 1.942 cuando se produjo el famoso bombardeo de la ciudad por orden del general Espartero, hecho frecuentemente recordado desde su habitual tono victimista por los historiadores catalanistas. Hay que decir que poco después el mismo general ordenó otro tanto en Sevilla, solo que en el caso de la ciudad andaluza el bombardeo no duró un solo día sino diez, a pesar de lo cual apenas se recuerda en la actualidad. 

El periodista Mañé y Flaquer (1.823-1.901). Influyente director del Diario de Barcelona,  liberal y moderado... excepto en lo que concernía a defender la protección de la industria catalana.

Cualquier intento de introducir medidas librecambistas se traducía en manifestaciones, huelgas, campañas en Madrid, peticiones a la Corona, y llegado el caso y como hemos visto,  hasta se levantaban barricadas en las calles barcelonesas. Se comprenderá pues que para los débiles e inestables gobiernos de la época, seguir una política arancelaria más racional era generalmente una patata demasiado caliente como para abordarla.

La lucha por el arancel actuó asimismo como unificador de todos los grupos sociales y fuerzas políticas catalanas. Industriales, obreros, políticos, periodistas, todos juntos defendiendo con uñas y dientes los intereses de las fábricas locales contra la "incomprensión exterior". Sirvió asimismo como banderín de enganche del incipiente regionalismo catalán, luego convertido en nacionalismo.  Veamos algunos ejemplos de como presentaba la prensa catalana el debate.

Cuando en 1.882 se firmó un tratado de comercio hispano-francés que en realidad solo estaría ocho años en vigor, Joan Mañé y Flaqué, liberal moderado  y director del Diario de Barcelona, escribía algo tan exaltado como lo siguiente:
El puñal que han clavado en el pecho de Cataluña clavado queda y de la herida sigue manando sangre, y esa sangre enrojecerá el Ebro trazando una línea divisoria entre Cataluña y el resto de España.
Y, naturalmente, los panfletos y pasquines callejeros no le iban  a la zaga:
Cuando un pueblo se siente vejado y escarmentado, escarnecido, es cuando volviendo a su dignidad pisoteada, debe probar su virilidad. No hay que forjarse ilusiones. Madrid, ese vampiro que vive de chupar nuestra sangre, se ríe de nuestras quejas y se goza en exacerbar nuestros males. Está decidido que los catalanes seamos los siervos de la gleba condenados a sostener la holganza y el despilfarro cortesanos. [...] Si llevando al colmo la saña contra Cataluña hay tratado de comercio francés-hispano y no se modifican las tarifas ni se rebaja la contribución de consumos, nuestros representantes en Cortes tienen un gran deber que cumplir.
Demagogia, victimismo, culpabilización de Madrid, amenazas ... con el objetivo claro de mantener una situación de privilegio para los industriales catalanes. Y al final se salen con la suya. El tratado con Francia termina en 1.890 y después se suceden las medidas proteccionistas. Pero hay que estar siempre alerta. Quince años después, miembros del gobierno visitan la capital francesa, donde se espera sean calurosamente recibidos. Eso basta para poner la mosca tras la oreja al semanario nacionalista ¡Cu-Cut! :
Los políticos de Madrid están haciendo la maleta para emprender un viaje más allá de la frontera. Si fuese para no volver más, les diríamos: ¡Buenviento! y hasta les iríamos a despedir y todo para convencernos de que era verdad tanta belleza. Pero no es así. Los expedicionarios cogerán billete de ida y vuelta. Y lo más sensible con todo serlo mucho no será que vuelvan, sino que vuelvan con el compromiso de pagar una determinada compensación por la buena recepción que allí les harán  con tablas de equivalencia a un pase para poder entrar al concierto de las naciones, aunque sea para ocupar un lugar en el gallinero.

Si esta compensación consiste en conceder un par de toisones y una gran cruz de San Crispiniano, todo esto nos tendría sin cuidado y hasta nos congratularíamos de que al ramo de la quincalleria nacional  se le abriesen tan gratuitamente las puertas de la exportación, pero no es eso, ni puede serlo, toda vez que los franceses no son tan ilusos para poner en marcha el grifo de los entusiasmos de todo París de Francia por cuatro bonitos de feria.

Más claro: corre el rumor, y hay que tener en cuenta que en este país las malas noticias siempre se confirman, de que los entusiasmos que el aludido viaje motive allá, se pagarán, no a tres pesetas por cabeza, que es la tarifa implantada en Barcelona desde abril del año pasado, sino con un tratado de comercio con la república vecina, que supondría el derrumbe de nuestra industria, precio, que por otra parte, a los políticos de Madrid no les ha de parecer tan exagerado si se considera que de industria España casi no tiene más que la catalana, circunstancia que les viene como anillo al dedo, toda vez que con el mismo tiro podrán matar otro pájaro y alcanzar su deseada empresa de empobrecer y atar de manos el genio productor de nuestra tierra.

Por ahora, baste este toque de atención para que todo el mundo se ponga en guardia y permanezca atento a lo que pueda suceder.
El general catalán Juan Prim y Prats (1.814-1.870). Fue también ministro, presidente del gobierno y acérimo defensor del proteccionismo. Se dice que tras una discusión abrió la cabeza de un sablazo a un librecambista.

Por supuesto, embebidos en su victimismo no se dan cuenta, o fingen no dársela, de que lo excepcional, lo sonrojante, lo injusto, y lo ruinoso no es que se planteara la posibilidad de reducir la protección de la industria catalana, sino que dicha protección existiera para beneficio suyo y perjuicio del resto. Castilla, región agrícola por excelencia, estaba entre las perjudicadas. Pero ya para entonces se había extendido la moda de culparla de todos los males. Y si hemos visto con que rabia los catalanes la acusaban de procurar el librecambismo, el incipiente nacionalismo gallego la vilipendiaba... ¡por mantener el proteccionismo! Ver para creer. Así lo proclamaba Antón Vilar Ponte (1.881- 1.936) el 14 de noviembre de 1.916 en el periódico galleguista "A Nosa Terra":
La redención de Galicia está en estas dos cosas: en el fomento cariñoso de la lengua y en el estudio de nuestros problemas económicos que no tendrán nunca, porque no pueden tenerla, solución en el actual régimen político español. Porque Galicia es librecambista por naturaleza y el arancel protector del feudalismo de Castilla será siempre el obstáculo que nos impida ponernos en las condiciones de riqueza que tienen otros pueblos de Europa semejantes al nuestro. 
¿Sorprendente? Lo que le pasa a Castilla en el fondo no es más que lo que ocurre siempre cuando a alguien le identifican con el payaso de las bofetadas. Que le caen andanadas a diestro y siniestro, por todos lados,  por proteccionista y por librecambista, por una cosa y por la contraria.

Pero volvamos a Cataluña. Sus representantes políticos en Madrid solían tomarse con la mayor seriedad los intereses de sus paisanos industriales, tradición que se ha mantenido hasta hoy, y que también ayuda a explicar en buena medida la continuidad  del proteccionismo. Ya estudiamos con anterioridad la figura de Víctor Balaguer.  Y por supuesto no es el único caso.  El poderoso general Prim, que llegaría a ser diputado, ministro y presidente, se expresaba así  ya en 1.841: 
Lleno de la mayor indignación y sentimiento debo deciros que han sido estériles mis desvelos porque así lo quiso el Gobierno y porque le importa poco que se arruinen nuestras fábricas, perezca nuestra industria y se vea Cataluña por consiguiente sumida en la miseria. Porque entonces son indispensables conmociones y tendrán ocasión de cebarse otra vez contra nosotros
Según José Coroleu, su indignación y franqueza le hicieron trabar de palabras con un librecambista con el cual se desafió partiéndole la cabeza de un sablazo. Sí, definitivamente, ¡pocas bromas con el arancel!