martes, 24 de marzo de 2015

El Pacto de Santoña


Nunca me gustó la palabra traición porque es una de las más militaristas del diccionario y cuando la empleamos los civiles lo solemos hacer con ligereza, aludiendo a menudo simplemente al que ha cambiado de opinión o de hábitos, como si el inmovilismo fuese una virtud. Pero hay que reconocer que la palabra traición, la más usada por los combatientes republicanos para referirse a los gudaris que con ellos compartieron bando en la guerra civil, corresponde exactamente a la primera definición que otorga al término la Real Academia Española: Delito que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.
Xuan Cándano. El Pacto de Santoña. 27/3/2006, Bilbao


Vimos en una entrada anterior las dudas y tribulaciones del Partido Nacionalista Vasco al iniciarse  la Guerra Civil sobre a que bando debía apoyar.  Y como con la aprobación del Estatuto de Autonomía en octubre de 1.936 la situación dio un giro. El P.N.V. empezó a implicarse en serio con la causa de la República y su milicia a combatir con empeño a las tropas franquistas. Pese a ello, no dejaron de mantenerse algunos contactos con los sublevados a través del Vaticano y la Italia fascista.

En junio de 1.937 caía Bilbao en poder de los rebeldes y mientras el grueso del ejército republicano en Euskadi se retiraba hacia Santander, algunos batallones de nacionalistas vascos (gudaris) protegían las grandes instalaciones industriales. Llegaron a enfrentarse con las armas en la mano a las unidades izquierdistas que pretendían destruirlas para evitar que el enemigo pudiese servirse de ellas. Así, tras la entrada de los "nacionales" en la villa, recibieron casi intactas las fábricas y consiguieron volver a ponerlas rápidamente en funcionamiento. A la larga, la producción de estas resultaría decisiva para el sostenimiento del esfuerzo de guerra de los sublevados. 

El general  Mario Roatta, interlocutor del P.N.V. en una reunión secreta celebrada en Biarritz.  Participaría luego en la Segunda Guerra Mundial, tras la cual sería condenado a cadena perpetua por crímenes de guerra.

Perdida la capital de Vizcaya, y sin que se intentase seriamente la resistencia en ningún otro punto de ella, el denominado Ejército Vasco (Euzko Gudarostea) fue asentándose en la provincia de Santander. Se pretendía crear allí nuevas líneas de defensa que salvaran el resto de la franja de territorio norteña que aun quedaba en poder republicano.

Sin embargo, la escasa motivación de las tropas abertzales para seguir combatiendo resultaba evidente. Ya el presidente Manuel Azaña lo había anticipado en marzo con asombrosa exactitud.
Madrid no se defendió en el campo, y empezó a defenderse cuando el enemigo entró en los arrabales. En Bilbao será al revés. Cuando esté vencida la defensa en el campo, la villa no resistirá. Y temo aún otra cosa: caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la República ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semiindependencia. Con esta moral es de pensar que, al caer Bilbao, perdido el territorio y desvanecido el gobierno autónomo, los combatientes crean o digan que su misión y sus motivos de guerra han terminado. Conclusión a la que la desmoralización de la derrota prestará un poder de contagio muy temible. Y los trabajos que no dejará de hacer el enemigo. Y la resistencia, cuando no sea oposición, a que el caserío, las fábricas y otros bienes de Bilbao y su zona padezcan o sean destruidos. 
Efectivamente, se intensifican a partir de entonces las negociaciones entre el P.N.V. y el gobierno italiano. No hay que olvidar que Mussolini había desplazado a España  un importante cuerpo expedicionario y que buena parte  del mismo combatía  en el frente del norte. El sacerdote vasco Alberto Onaindía actuaba como mediador. 

En realidad, ya antes de la caída de Bilbao las autoridades republicanas eran conscientes de la existencia de contactos, al interceptar un telegrama que el cardenal Pacelli, futuro Pio XII, enviaba al lehendakari Jose Antonio Aguirre. En él le  comunicaba las condiciones que Franco y Mola proponían para la rendición. Probablemente para evitar el desastroso impacto moral que dicho telegrama acarrearía, se optó por no hacerlo público.

El 25 de junio se produce una reunión cerca de Algorta a espaldas de las autoridades españolas. La delegación italiana está encabezada por el  coronel De Carlo.  La vasca por el dirigente peneuvista Juan Ajuriaguerra, que hace incapié en que la rendición se produzca de forma disimulada.  Para ello proponen una ofensiva italiana sobre Reinosa y el Puerto del Escudo, de forma que parezca que los batallones vascos han sido copados.

El 14 de agosto las tropas transalpinas empiezan a atacar por donde les habían sugerido. Tres días después se alcanza el acuerdo mediante una reunión celebrada en Biarritz entre De Carlo, su superior, el general Mario Roatta, y Ajuriaguerra, con la mediación habitual del padre Onaindía. Los combatientes vascos tendrán la consideración de prisioneros de los italianos, mientras que a los dirigentes  políticos y militares se les daría vía libre para huir a Francia por mar  entre los días 21 y 24, desde el puerto de Santoña. Convinieron igualmente  que el Ejército Vasco informaría de la situación exacta de cada una de sus unidades.

El 19 comienza la sedición. Los batallones nacionalistas Padura, Munguía, Arana Goiri, y Lenago II, destacados en el suroeste de la provincia de Santander, desobedecen las órdenes del mando y se dirigen a pie y en camiones hasta la zona occidental. Una vez reunidas allí todas sus tropas, el Euzko Gudarostea proclama el abandono del bando republicano. Se hacen con el control del territorio entre Laredo y Santoña deteniendo y desarmando a los escasos efectivos leales allí presentes. Y aprovechan para proclamar la República Vasca. Arrían las banderas tricolores de los ayuntamientos e izan en su lugar ikurriñas. Se dio así el hecho curiosísimo de que  la primera, y hasta el momento única república vasca independiente que ha existido tuviera lugar... en Castilla la Vieja.

El 24 oficiales fascistas y nacionalistas vascos firman un documento según el cual los gudaris procederían a la entrega de armas el día siguiente en Guriezo. Sin embargo el 25 los vascos no hacen acto de presencia, así que la división "Flechas Negras" se adentra en Laredo, sin encontrar resistencia. Posteriormente  hará lo mismo en Santoña, poniendo  fin de este modo a  la  "República Vasca de Santander".  

A partir de ese momento la confusión es total. Los peneuvistas, al no poder reunir los barcos con suficiente rapidez, han desaprovechado el plazo concedido por los negociadores italianos para que parte de sus hombres escaparan por vía marítima.  Para el 27, cuando por fin han empezado a embarcar, comienzan a hacerse con el control de la situación  oficiales españoles, que obviamente, no habían suscrito el pacto.  Imponiéndose a sus homólogos transalpinos, les hacen desembarcar. Franco zanja  la cuestión. No quiere ni oír hablar de lo que en su día prometió Roatta a los gudaris: ni se permitirá huir a los dirigentes,  ni pasarán a depender de los italianos.

Antiguo ayuntamiento de Laredo (Cantabria). Durante algunos días formó parte del surrealista estado vasco independiente que proclamaron  en la zona los soldados del P.N.V.

El impacto sobre el desarrollo de la guerra de esta sorpresiva rendición  fue enorme. El ejército republicano del norte, además de perder sin combatir un porcentaje importante de sus efectivos, y ver desarbolada la defensa, recibía un terrible golpe moral. El objetivo que se había trazado el mando republicano, aferrarse al terreno hasta la llegada del invierno que en unas provincias esencialmente montañosas impediría continuar la ofensiva del ejército "nacional", se antojaba ya claramente inviable. El presidente de la diputación de Santander, el socialista Juan Ruiz Olazarán reconocía que:
Con el abandono de las defensas encomendadas a los batallones vascos en territorios montañeses, que si hubiesen cumplido como era su deber, sin duda el avance italiano primero y falangista después, se hubiese retrasado el tiempo necesario y posible para dar tiempo a Santander a reorganizar su evacuación a Asturias, evitando ciertamente el desorden causado por las tropas montañesas, cierto, pero en mayor grado la deserción vasca, controlada, orientada y aconsejada por las autoridades vascas.
Efectivamente, pese a la tenaz resistencia que opusieron los republicanos asturianos, dos meses después toda la cornisa cantábrica había sido ocupada por los sublevados.

Sobre el Pacto de Santoña cayó durante mucho tiempo un espeso manto de silencio. De hecho, sigue siendo uno de los episodios más desconocidos de la Guerra Civil Española. La razón de que  haya sido tratado con tal discreción es evidente: a ninguna de las partes implicadas le convenía que trascendiera demasiado.

Al bando franquista porque demostraba la gran importancia que había tenido la ayuda italiana recibida, y la autonomía con la que sus militares se habían desenvuelto. Hasta el punto de permitirse el lujo de establecer negociaciones con el enemigo por su cuenta y riesgo.

Al gobierno republicano y los partidos que le apoyaron porque la defección del Ejército Vasco en plena guerra les suponía un  varapalo en su estrategia de reivindicación internacional. No en vano, habían utilizado frecuentemente  la alianza con el P.N.V. (partido conservador y profundamente católico) para desmentir  las acusaciones de anticlericalismo y sectarismo.

Y a los nacionalistas vascos porque, naturalmente,  les dejaba en muy mal lugar ante sus hasta ese momento compañeros socialistas, comunistas y republicanos. Con el agravante de que tras la segunda guerra mundial y el triunfo de los regímenes democráticos, su rendición por separado a los fascistas italianos sonaría especialmente antipática para las opiniones publicas de los países occidentales. 

Convenía pues a todos echar tierra sobre este controvertido y espinoso asunto.