domingo, 22 de febrero de 2015

Castellanofobia: Josep Fontana


Sé que algunas cosas que he escrito irritarán. Pero editar el libro solo en catalán ayudará a que lo lean menos.
Josep Fontana. El Periódico de Cataluña 22/10/2014

Josep Fontana i Lazaro  es uno de los  historiadores más influyentes de la actualidad. Nacido en Barcelona en 1.931, fue discípulo de Jaume Vicens Vives y de Ferran Soldevila, quizás el máximo exponente de la historiografía catalanista. Miembro durante muchos años del comunista PSUC, lo abandonó en los años 80.  En 2.013 participó como ponente en el polémico congreso "España Contra Cataluña",  conocido también como el "Simposio del Odio". 

No parece haber perdido por ello crédito en el resto de España, y continúa asomándose habitualmente a periódicos, tertulias y programas radiofónicos de ámbito estatal. Por eso llama la atención y hasta espanta que alguien de su supuesto prestigio intelectual  dentro y fuera de Cataluña se despache con Castilla y  los castellanos en los términos que vamos a ver.  Comentaremos una entrevista publicada por El Periódico de Cataluña el miércoles 22 de octubre de 2.014, con motivo de la presentación del último libro de Fontana, "La Formació d'una Identitat". He aquí un fragmento:
Refiriéndose a la segunda guerra carlista Vd. dice que "Madrid no entiende nada".
- La sociedad castellana en la baja edad media tiene un problema considerable, el de las tres religiones. En lugar de tolerancia, un problema. Nosostros no nos libramos, pero no marca tanto nuestra cultura. La palabra raza es una palabra de origen castellano en cualquier lengua del mundo. Raza era un defecto en un tejido. Y se transmite ese significado a la raza de moros y judíos. Este hilo de intolerancia hace que nunca acaben de entender que los otros hablen distinto, que sean distintos. O que quieran tener una forma de vida distinta. No lo entienden. Y ese no lo entienden lo ves cada día. Han sido educados para no entender nada. Y cualquier cosa que se les ponga por delante... ahora me dicen que soy un viejo estalinista que se ha hecho nacionalista. Cuando entré en el PSUC era tan nacionalista como ahora.
La respuesta se parece mucho a la típica y tópica retahila castellanófoba que cualquier nacionalista catalán es capaz de endilgar a la mínima ocasión que se le presente: "castellanos mesetarios intolerantes casposos y bla, bla, bla". Pero en este caso, Fontana se aventura también en los mares de la filología. Especula sobre la etimología del vocablo "raza" y poco le falta para acusar a Castilla de ser la fuente del racismo mundial. Ahí es nada.

Conviene decir que sobre el origen de la palabra "raza" no hay consenso entre los especialistas, si bien la mayoría se inclina por que proviene del latín "ratia, radius", rayo (en el sentido de línea hereditaria) o "radix", raíz. Otros la hacen derivar del árabe "ras", origen. Y algunos incluso del eslavo. Pero por lo visto, para Fontana una palabra tan desagradable tiene forzosamente que ser castellana. No está de más recordar que si se puede retorcer así la Filología, que no se podrá hacer con la Historia...

Por otra parte, si D. Josep pretende investigar antecedentes de racismo, para encontrarlos no tiene por que irse tan lejos en el espacio y en el tiempo. Le basta con estudiar el pensamiento de Valentí Almirall, Pompeu Gener y otros progenitores del nacionalismo catalán que tan fervientemente profesa.

Josep Fontana. Castellanófilo al recibir homenaje en Valladolid. Castellanófobo  al promocionar su libro en Barcelona. ¡Ah sutil dualidad del alma catalanista que los castellanos hemos sido educados para no entender!

En general la entrevista, no demasiado extensa, está trufada de las tradicionales loas  a la "brillantísima" y "ejemplarísima" historia catalana, y como suele ser habitual en estos casos, las consabidas alusiones descalificadoras a su presunta  y oscura antítesis, la castellana. Por supuesto, para el entrevistado, cualquier parecido entre una y otra solo puede ser mera coincidencia:
Cataluña es un país donde no hay grandes fortunas ni grandes magnates feudales como en Castilla.

Cataluña crea una sociedad que negocia.

Se crea desde muy pronto un tipo de gobierno que genera unas constituciones y un tipo de derechos que la gente conoce porque le da garantías. (...) Es algo que los militares castellanos no entienden. 

Este fracaso del proyecto liberal era inevitable porque no se podían fusionar dos sociedades [castellana y catalana] distintas con mentalidades distintas.

Y los soldados se encuentran con problemas con sus superiores. El funcionario que reclama el impuesto suele ser castellano.

En el teatro popular bilingüe el castellano se reserva a personajes ridículos, pretenciosos y autoritarios.
Nosotros diríamos sin embargo que esto último no añade ninguna gloria  al pasado de Cataluña, ni marca ningún hito diferencial.  Solo demuestra  que  avanzada la segunda mitad del siglo XIX,  cuando eclosiona el catalanismo, la castellanofobia empieza igualmente a campar  a sus anchas por Barcelona.  Y a juzgar por las declaraciones del señor Fontana,  aun sigue ahí.

Que la visión histórica de nuestro "maestro de historiadores" no es precisamente neutral es algo que se puede intuir al constatar su opinión sobre la evolución del Estado Español durante el siglo XVIII. En la más pura línea de la historiografía catalanista, los personajes considerados enemigos de su país son denostados sin piedad y sin matices, convertidos prácticamente en el equivalente de los ogros o las brujas de los cuentos infantiles. Nada medianamente positivo puede atribuírseles nunca. Comprobemos  como se pasa factura a Felipe V y sus sucesores, que tras la Guerra de Sucesión pusieron fin a los privilegios y exenciones de los que disfrutaba Cataluña bajo los Habsburgo:
- Al otro lado  se  sigue hablando de la modernidad y el progreso traído por los borbones tras suprimir unas obsoletas rémoras medievales:

- (...) El mito del progreso borbónico es una tontería. Los borbones hacen que España, que aún era una gran potencia, pase a ser una ruina en 1.808. 
En realidad cuando España representaba la viva imagen de la  ruina y la decadencia fue bajo el pobre Carlos II, el último Austria. Hasta tal punto que los otros reyes europeos se le repartían los dominios en sus narices, mediante tratados secretos que apenas  disimulaban.  Su sucesor Felipe V, una de las bestias negras por antonomasia del catalanismo, con sus luces y sus sombras, con sus aciertos y sus errores, distó bastante de ser el peor rey que Hispania haya conocido. Tal es por ejemplo el parecer del historiador inglés William Coxe (1.748-1.828) que más cercano a los hechos y sobre todo más imparcial, tras criticar algunos aspectos de su gobierno no tiene inconveniente en reconocer al mismo tiempo que:
Por lo que toca a las mejoras saludables introducidas durante su reinado, su vivo deseo de saber todo cuanto le parecía útil y la favorable acogida con que recibió siempre a cuantos le presentaron proyectos de reformas y mejoras en todos los géneros, prueban claramente que si careció de capacidad para innovar por sí mismo tuvo por lo menos el mérito de aprobar y sancionar los planes que le parecían buenos. A su advenimiento se hallaba el Reino exhausto de hombres y dinero; sin Marina, sin Ejército bien organizado, sin género ninguno de industria, solo le quedaba de su antiguo poderío, de su riqueza y grandeza pasadas, un recuerdo que habían casi borrado las vicisitudes y las revoluciones. Sin embargo, dejó un Ejército que después de haber sido diezmado por las guerras de Italia vengó el honor nacional siempre que se ofrecía ocasión para ello, una Marina que hacía temblar a Europa e infinidad de establecimientos que prueban el renacimiento de la industria, del comercio y de las artes en España.
Muy lejos pues del desastre absoluto que Fontana y la historiografía oficiosa catalanista pretenden pintarnos. Los reinados de sus hijos Fernando  VI  y   Carlos III pueden asimismo contarse entre los más provechosos de nuestra historia, y aunque el de su nieto Carlos IV dejara bastante que desear, casi ningún experto (imparcial) niega que en el siglo XVIII se puso fin a la dinámica de ruina económica, caos administrativo y debilidad militar desatada por los Habsburgo y su "Estado Asimétrico" en el XVII. 

La Familia de Felipe V, por Van Loo. Aparecen además los futuros Fernando VI y Carlos III. Pese al interés del catalanismo en demonizarlos, fueron los suyos reinados muy superiores a la media en este país. 

Ciertamente, para que España dejara de ser una potencia habría que esperar a la llegada del siglo XIX. Fue entonces cuando, a modo de plagas bíblicas, se sucedieron la destrucción causada por la Guerra de Independencia, el nefasto reinado de Fernando VII, la pérdida de las colonias americanas, y las interminables contiendas entre  liberales y  carlistas, que asolaron el país y arruinaron una y otra vez su erario. Puede que tampoco  esté de más señalar que el retrógrado absolutismo  carlista gozaba de muchos más apoyos en Cataluña y Vasconia que en Castilla. Que cosas... ¿verdad?.

Pero volvamos a la entrevista de El Periódico, que termina de este modo:
¿No habrá traducción [al castellano]?

-  He dicho que no. Quería explicar cosas a gente que tiene la misma cultura, que ha tenido las mismas experiencias, que se ha encontrado con los mismos problemas y con la que tenemos una visión del mundo compartida que es lo que acaba fabricando toda esta identidad.

¿Se rinde? ¿No hay nada que hacer [con los castellanos]?

-  No es eso solo. He escrito este libro pensando en lectores catalanes. Si he de hacer los mismos razonamientos a lectores castellanos, lo tendría que reescribir completamente. Y no se si vale la pena el esfuerzo.
El desprecio que subyace tras esta respuesta es evidente y no parece menos ofensivo que todo lo anteriormente citado. Le replicaba pocos días después el periodista Gregorio Morán en La Vanguardia, 25/10/2014:
Josep Fontana se ha vuelto muecín de mezquita (almuédano, se decía en castellano antiguo) y ha proclamado que los catalanes históricamente somos superiores a los castellanos, que no merecen ni que se les explique su inferioridad; una idea que tuvo ya gran éxito en África del Sur.
Pero cuando uno ya se queda patidifuso es cuando se entera que hace tan solo cuatro años D. Josep fue distinguido como doctor honoris causa por la universidad de... ¡Valladolid! Y  que apenas iniciado su discurso y tras mostrar su agradecimiento al tribunal, el homenajeado  se manifestaba tal que así:
Es esta una institución a la que me siento ligado desde hace muchos años por los amigos con los que he contado y cuento en ella. Algunos ya han desaparecido como Julio Valdeon y Felipe Ruiz Martín. Otros siguen presentes en su trabajo en esta casa y en mi amistad. Es a estos amigos a quienes debo sobre todo haber aprendido a conocer y estimar a esta tierra.
¡Pues menos mal que estima y conoce a esta tierra! ¡Mejor ni imaginar que opinión tendría de ella en caso contrario! Quizás algún malpensado podría sospechar que el señor Fontana dice una cosa en Barcelona y la contraria en Valladolid. Que se expresa  en muy distinto tono según el medio al que se dirige. Y que ejecutando una suerte en la cual algunos nacionalistas catalanes son consumados maestros, modula su mensaje de tal forma que lo que frente a un público castellano son cortesías y buenas palabras, se convierten ante su equivalente catalán en desprecios y castellanofobia. Y  de ahí a la hipocresía absoluta no hay más que un paso. O menos. 

Todas estas consideraciones deberían servir también para reflexionar sobre la importancia que tiene la ideología de cada cual en la manera de contarnos la historia. Es imposible que las filias y las fobias del historiador no terminen manifestándose de algún modo en su obra.  Y si los encargados de explicar  nuestro pasado rezuman prejuicios anticastellanos ¿podemos luego extrañarnos  de que abierta o tácitamente pongan siempre a Castilla como un trapo?

lunes, 2 de febrero de 2015

El Arancel Catalanista

El catalanismo no debería prescindir de España, porque los catalanes fabrican muchos calzoncillos, pero no tienen tantos culos.
Josep Pla (1.897-1.981)

En esta entrada vamos a abordar un  aspecto vital de la relación de Cataluña con el resto de España durante los siglos XIX y XX: el diseño de la política arancelaria y su innegable repercusión sobre la marcha económica del país. Un tema sobre el que, pese a su importancia, la historiografía catalanista ha preferido pasar de puntillas, tal y como pone de manifiesto el economista Ramón Tamames:
Toda esta larga etapa de fuerte influencia de Cataluña en el resto de España, de la que extrajo grandes beneficios económicos, es generalmente poco apreciada por la historiografía nacionalista, que en el referido lapso se concentró en enaltecer la Reinaxença, las desavenencias con el Gobierno central y los esfuerzos en magnificar el hecho diferencial. Y todo ello, a pesar de que en solo cuatro años hubo tres presidentes del Consejo de Ministros catalanes: Prim, Pi y Margall y Figueras.

Cuestiones, todas ellas, que se confunden desde el historicismo secesionista, que lanzó el eslogan "tres siglos de opresión" de España. En realidad fueron tres centurias que, con toda una serie de paréntesis, dieron a los catalanes un nivel económico muy por encima del que tuvieron con los Austrias por muchos privilegios forales que hubiera entre 1.516 y 1.714
Efectivamente, tras la Guerra de Sucesión y el  establecimiento de la dinastía borbónica, la consiguiente supresión de las aduanas interiores permitió a los fabricantes catalanes vender sus productos en condiciones ventajosas en el resto de España. Un mercado que la situación de atroz ruina y decadencia en la que los Habsburgo habían precipitado a Castilla les ponía prácticamente en bandeja. 

La oportunidad fue bien aprovechada por la burguesía catalana, que inició un despegue económico notable y situó al principado muy por encima del resto de regiones españolas en cuanto a riqueza y prosperidad. Se fue así  configurando una realidad económica que se mantendría durante siglos, hasta  nuestros días. Por un lado, una Cataluña industrial y mercantil que vendía sus tejidos y demás productos manufactarados al resto del Estado. Por otro, un buen numero de zonas rurales y atrasadas, entre las que se encontraba la mayor parte de Castilla, que se limitaban a enviar a cambio productos agrícolas y materias primas de bajo valor añadido y poca rentabilidad.

La siega en Sisante (Cuenca). Óleo de José Luis Tejada. Las medidas proteccionistas adoptadas en los siglos XIX y XX beneficiaron sensiblemente a las zonas industriales a costa de las rurales.

Semejantes relaciones comerciales, muy parecidas a las que por entonces mantenían las naciones europeas con sus dominios y protectorados de ultramar, llevarían al escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez (1.885-1.964) a comentar con la retranca propia de su tierra la eclosión del nacionalismo catalán:
Barcelona es la única metrópoli del mundo que quiere independizarse de sus colonias.
El único problema era que la industria catalana no resultaba competitiva con la de otros países. Las fábricas inglesas, francesas, alemanas o belgas producían géneros de mayor calidad a mejor precio. Luego, para que sus manufacturas siguieran dominando el mercado español, los industriales catalanes necesitaban que el gobierno impidiese o cuando menos gravase mucho la entrada de mercancías foráneas. 

Pero el establecimiento de aranceles o impuestos a las importaciones causaba fuertes y perniciosos efectos sobre la economía: por un lado obligaba a los consumidores a pagar un sobreprecio por los bienes que compraban, incentivándose así industrias poco productivas. Por otro, provocaba reacciones de reciprocidad en los demás estados, que  aumentaban a su vez el precio de las exportaciones españolas con altos aranceles. 

Como lo que España vendía al extranjero era vino y materias primas, las regiones pobres, cuya economía se basaba precisamente en este tipo de producciones, veían como se les cerraban las puertas a comerciar más allá de nuestras fronteras. Perdían la posibilidad de generar unas ganancias y acumular unas rentas que con el tiempo hubieran podido servir para prosperar e industrializarse. El político y economista aragonés Joaquín Costa (1.846-1.911) nacido en el seno de una familia de pequeños propietarios rurales,  lo expresaba así en 1.881:
Los industriales beben nuestro vino, no ya al precio a que lo da la Naturaleza, sino más barato, porque nos cierran los mercados extranjeros, y, por tanto, restringen la demanda, en cambio nos obligan a vestirnos de sus telas, no ya al precio a que pueden producirse, sino más caras, porque cierran nuestro mercado a los tejidos extranjeros, que aumentarán la oferta; por manera que los agricultores pagamos impuestos que no satisfacen los industriales, sea al Estado, en forma de derechos de aduanas, sea al fabricante español, en forma de sobreprecio, sea a los contrabandistas o a las sociedades de seguros de contrabando, en forma de prima.
Y por Dios, señores, es bueno que resulte ahora que los labradores somos pecheros de los fabricantes; que medio siglo después de haberse proclamado (...) la igualdad tributaria, resulte que los labradores pagamos dos contribuciones que apenas alcanzan a ellos; una por efecto de la carestía artificial, en forma de sobreprecio, y otra directa, para mantener carabineros y cuerpo pericial que, al cerrar las puertas de España a los tejidos ingleses, cierran juntamente las puertas de Inglaterra a nuestros productos agrícolas, y cuyas bayonetas obran por esto a modo de lanceta que está picando constantemente las venas de 16.000.000 de españoles, para trasvasar su sangre en las venas de unos cuantos capitalistas, señores feudales del algodón y de la lana. 
La feroz batalla política e ideológica entre librecambistas y proteccionistas (encabezados estos siempre por los industriales textiles catalanes) se prolongará durante décadas y terminará finalmente con un claro triunfo de los últimos. El Arancel Canovas (1.891), el Amós Salvador (1.906), y el Cambó (1.922) supusieron otros tantos hitos para el proteccionismo, que convertido en hegemónico enlazará con los aranceles franquistas y en cierto modo no terminará hasta 1.986 con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea. No es exagerado decir que durante este larguísimo intervalo de tiempo el Estado español, que sería a menudo considerado uno de los más proteccionistas del mundo, privilegió a los fabricantes a costa del resto de sectores productivos.

Solo pueden constatarse dos pequeños periodos en los que la política económica basculó hacia un tímido librecambismo. El primero en 1.870, cuando el ministro Figuerola, precisamente barcelonés, consiguió imponer un arancel moderado que favorecía el comercio internacional. Duraría hasta 1.875. El segundo entre 1.882 y 1.890 en el que estuvo en vigor un tratado de comercio con Francia. En total 13 años. Curiosamente, según no pocos historiadores, resultaron beneficiosos incluso para la industria, al estimular la producción. En este sentido, el historiador catalán Vicens Vives afirmó que "la implantación del régimen librecambista más bien favoreció que perjudicó la industria textil catalana".

¿Como fue entonces posible que una política que "antes favorecía que perjudicaba" a la industria, y que indudablemente beneficiaba a la mayor parte del país se abandonara enseguida?. La razón puede buscarse en el miedo del "lobby" textil catalán a perder cuota de mercado. Y a la consiguiente y contundente presión que ejerció sobre los sucesivos gobiernos, muchos de ellos débiles e inestables. Queda para una entrada posterior recopilar algunas muestras representativas de todo ello.